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Punto de Vista, desaparición repentina.

Me entero por vía mail de que el festival Punto de Vista está al borde de su desaparición. A unos pocos meses de su celebración, el Gobierno de Navarra ha dado carpetazo al certamen, por falta de fondos.

La sorpresa es mayúscula y la idea de que un festival que despunta por su calidad, riesgo y compromiso ético con el cine y el audiovisual desaparezca, me resulta perturbadora. ¿Qué otro festival similar existe hoy en nuestro país? Se trata de un espacio nacional e internacional de exploración y descubrimiento sin parangón, un ancla y una cometa de la cultura cinematográfica cuya desaparición va en detrimento del propio cine, pues entre los espectadores hay no solo pamploneses sino cineastas venidos de todos los rincones que buscan y encuentran en Punto de Vista referentes y nuevas inspiraciones.

Me llama la atención que no se haya reducido el presupuesto o buscado una solución conciliadora sino que se haya optado por la radical desaparición del festival en su conjunto.

Cuelgo aquí la carta de Josetxo Cerdán, el director del Festival, explicando lo sucedido. Más abajo, encontraréis un link en el que ofrecer apoyo al Festival, para aquellos que lo deseéis.

El pasado jueves, 15 de septiembre, recibí una llamada en la que se me comunicaba que se suspendía la que tenía que ser la octava edición de Punto de Vista, que debía celebrarse entre el 21 y el 26 de febrero de 2012.

No solo yo, sino parte del equipo del equipo de Punto de Vista llevaba trabajando en el festival desde el mes de mayo, cuando se abrió el plazo de inscripciones (cerca de 500 películas presentadas a fecha de hoy) y empezamos a diseñar los contenidos del programa. El trabajo de varias personas durante cuatro meses, además de otros gastos de programación y producción del festival (como el mantenimiento y seguimiento de las inscripciones, los viajes a festivales o los envíos de material) ahora es una inversión desperdiciada. La programación de Punto de Vista de 2012 está cerrada en un 90%. Tenemos incluso cartel y el anuncio para las salas. Por no hablar de un programa de búsqueda de financiación privada que se había puesto en marcha a principio del verano y parecía que podía empezar a dar frutos en breve.

Todo eso es un esfuerzo personal, profesional y económico que ahora se pierde irremediablemente. Eso, en un momento donde se nos dice que priman las políticas de austeridad. Punto de Vista en su edición de 2011 finalmente consiguió calar entre los diferentes públicos de la ciudad y dejar atrás una etiqueta de elitista que le había perseguido de manera injusta desde su creación: inteligente sí, elitista no. ¿Cómo puede considerarse elitista una actividad cultural que tiene un precio de 3 euros? Punto de Vista es un festival para el disfrute de los navarros y de todas aquellas personas que, cada año, se desplazaban desde diferentes rincones de España, y del extranjero, hasta Pamplona para asistir al evento. Visitantes que llegaban a la ciudad en el frío mes de febrero para aumentar la actividad económica del sector servicios de manera evidente con la ocupación de habitaciones de hotel, comidas y cenas en bares y restaurantes, transportes, etc.

Como han dicho los medios en repetidas ocasiones, Punto de Vista se había convertido en una de las citas cinematográficas más importantes del Estado y de creciente y reconocido prestigio en el extranjero (así lo han atestiguado algunas de las publicaciones punteras como Cahiers du Cinema, Senses of Cinema o Art Forum en los últimos años). Todo ello con un presupuesto total que era hasta tres y cuatro veces menor que algunos de los otros festivales españoles con los que Punto de Vista se comparaba habitualmente en cuanto a calidad. Y así parecía reconocerlo UPN en su programa electoral de mayo, donde afirmaba que Punto de Vista es, o tenía que ser, el ‘programa de referencia’ en el área de cine del actual Gobierno de Navarra. Dichos programas de referencia eran una serie de iniciativas propias a los que era ‘preciso de dotarles de una mayor financiación para incrementar su actividad y promoción’ (Muévete por Navarra. Programa electoral Unión del Pueblo Navarro 2011-2015, pág. 41). ¿Dónde quedan hoy esas promesas electorales? ¿Dónde la defensa de una actividad cultural de reconocido prestigio dentro y fuera de Navarra y España? ¿Dónde el compromiso con un público navarro que el festival ha ido consolidando a lo largo de sus siete ediciones? ¿Dónde, por último, el compromiso con todo un conjunto de profesionales que hicieron posible eso a lo largo de todos estos años y un equipo que lleva trabajando cuatro meses en la nueva edición y ya ha adquirido compromisos con directores de lugares tan diferentes como Alemania, Malasia o Estados Unidos?.

Atentamente,

Josetxo Cerdán

Director Artístico de Punto de Vista 2012

Apoyos al Festival: http://actuable.es/peticiones/carta-apoyo-al-festival-cine-punto-vista-pamplona

Email del festival para quien quiera ponerse en contacto con ellos:  puntodevistapamplona@gmail.com

Puntodevisteando: Animación y sincronía.

Completando el post anterior sobre Punto de Vista, comento dos más de las películas que tuve la ocasión de ver durante el festival.

La primera de ellas es una de esas películas tan bella como perturbadora: se trata de Gravity was here everywhere back then (La gravedad estaba por todas partes entonces). Una película dirigida por Brent Green a partir de una historia real: la de Leonard, un hombre que al conocer el cáncer de su pareja Mary, comenzó a construir una casa mágico-sanadora en su jardín, convencido de que curaría la enfermedad de ella. Así, Leonard se embarca en la construcción de un micromundo aislante que, años más tarde, Brent Green reproduce en su propio jardín, llevándolo finalmente a la pantalla como una frágil pieza híbrida de stop-motion y animación con actores reales. Un mundo de fantasía delicada que crece sobre territorios oscuros, desolados y siniestros.

Puede decirse que la película es a veces algo confusa en la narrativa, o que cuesta aterrizar en ella o que el despliegue visual puede resultar demasiado virtuoso por momentos, pero los escollos quedan superados a medida que avanza el metraje. La película va ganando en empaque, gracias al compromiso que establece su director con su alter ego en la realidad, a quien se acerca hasta confundirse (de la 3ª persona, la narración pasa a la 1ª) y con quien comparte la obsesión por el poder de la fantasía. Con ambos viajamos al corazón del delirio humano, entendido como expresión suprema del amor.

Gravity was everywhere back then es una de las películas más tristes que he visto últimamente. Es una nube negra de la que caen rayos y llueven rubíes, mientras hay destellos luminosos en el cielo. Cuando la recuerdo, un sentimiento de miedo acude a mí y me acuerdo del pobre Leonard, que intentó, tan desesperadamente, parar la muerte con la imaginación.

Recomiendo la vista al blog de la actriz Donna K., protagonista del film y colaboradora desde sus inicios, que relata el proceso de gestación de la película.

http://gravitywaseverywherebackthen.blogspot.com/

La segunda película que me gustaría comentar es The Arbor, un film dirigido por Clio Barnard, ganadora del premio Jean Vigo a la mejor dirección, que narra los paralelismos entre la vida de Andrea Dunbar, dramaturga nacida y criada en el barrio de The Arbor, y la vida de sus hijas, en especial de la mayor, Lorraine, quien rechaza con mayor intensidad la figura y turbulenta existencia de su madre y quien, irónicamente, sigue más de cerca sus pasos.

Andrea Dunbar escribió diversas obras de teatro, entre las cuales se haya Rita, Sue and Bob too, que Alan Clarke llevaría al cine en 1986, a mitad de una década que Almodóvar había iniciado con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón en tiempos de pareados pop.

El film de Barnard plantea, a través del paralelismo madre-hija, una partida de ping-pong fílmico a través del presente y del pasado, no solo del núcleo familiar, sino de la estructura social derpimida en la que éste se encuentra inserido, determinante en la historia. The Arbor amalgama fragmentos documentales con representaciones de la obra teatral de Dunbar, The Arbor -escenificadas en el barrio y al aire libre-, con dramatizaciones de las historias de las hijas de Lorraine, cuyos actores sincronizan sus labios con el audio de declaraciones reales de los testimonios auténticos. El conjunto es una suerte de docudrama revisitado por la filigrana y el buen gusto –al contrario de lo habitual en este género, tan denostado- que plantea algunas cuestiones interesantes de comentar.

La más clara es la propia estrategia de la ficción embocando la realidad, literalizando la expresión de “hablar por boca de otros”. A pesar de que la noción de representación está en el sustrato de esta historia -teatral en Andrea Dunbar, docu-ficcional en Clio Barnard-, a veces es difícil decir cuál es la razón última para la estrategia de Barnard en el film, para esa operación de virtuosismo de los actores que consiguen sincornizaciones literalmente perfectas. Pero el caso es que, el contraste entre las declaraciones reales y su correspondiente representación con actores, aporta un desconsuelo de calibre fino, una forma de abordar la realidad desde el interior de los personajes y no desde su imagen real, que funciona. Quizás por ello aceptemos que Lorraine, adicta al crack, a la heroína, prostituta y, por resumir, castigada por la vida, tenga el rostro inmaculado de una joven inglesa de rasgos paquistaníes -si es así en la realidad, que me disculpen-; y que la fotografía en alta definición nos seduzca con tales profundidades de campo y apariencia prácticamente no terrenal. Podría tratarse de un embellecimiento vacuo de la realidad o de una propuesta edulcorada de la memoria, pero lo cierto es que tiene más de extraño mundo suspendido, una suerte de limbo donde los personajes esperan, amparados por la estética, el final de sus relatos.

The Arbor corre constantemente el riesgo de quedar atrapada en su juego de artificios, en perder al espectador mientres éste se dedica a comprobar la corrección de las labiales o se pregunta por qué Lorraine o su hermana nunca aparecen en imagen. Pero al final The Arbor consigue, gracias a una narrativa comprometida con las emociones pero sobrepuesta a los sentimentalismos, trascender sus propias piruetas para plantear el meollo de la cuestión que subyace bajo la dura historia de esta familia: ¿qué margen de libertad individual nos deja la familia y la sociedad? ¿podemos escapar a nuestra infancia y a los aprendizajes que hemos tenido en ella? ¿cómo evitamos convertirnos en lo que detestamos?

Aún quedan algunas películas por comentar de Punto de Vista, en especial 48, pero será en un nuevo post.

Puntodevisteando

Cada festival tiene su propio carácter, o por lo menos debería. El carácter es a un festival lo que las rayas a la zebra: algo sin lo cual perdería su sentido.

Desde hace algunos años acudo a diversos festivales de cine, entre ellos el de Sitges, el BAFF o Punto de Vista. Sitges, uno de mis festivales favoritos, es un festival entusiasta, divertido, apasionado… La localización es inmejorable, el público es fan y la programación es suficientemente heterodoxa como para dibujar un mapa complejo del fantástico y ofrecer una semana de descubrimientos variados. El BAFF es muy asiático, por razones obvias, y a la vez muy barceloniense, por eso del cosmopolitismo y los restaurantes japoneses… El BAFF es el lugar donde pude ver, en su día, Good Bye Dragon Inn (Tsai Ming-liang) y la edición pasada Visage, del mismo director. Dos rocas sagradas del cine mayúsculo. Punto de Vista se define por su programación fuera de los márgenes, constituyéndose como un territorio del documental híbrido, mutante, en el que se citan las obras que buscan, que se atreven y que encuentran o no, pero que tratan de proponer un cine cuyas formas expresivas capturen el signo de nuestro tiempo y a la vez se interroguen a sí mismas. Para mí es un espacio-tiempo de aprendizaje, de libertad y de creatividad.

En la edición pasada de Punto de Vista pude ver una amplia porción de la filmografía de Jem Cohen, que asistió y rodó durante el festival. Peau de cochon, El sustituto o All the children but one, son algunos de los títulos con los que me quedo de la edición de 2010 que, por otro lado, me resultó –en mi estancia breve e incompleta- en exceso densa, por momentos apolilladamente densa, con un exceso de propuestas cuyas formas me resultaban la síntesis vaciada de cierto documental de autor.

Este año en cambio, la impresión que me llevo de los dos días que he pasado a tiempo completo en las salas de la sede Carlos III, es la de un festival con ganas de savia nueva y un abanico de propuestas rico en formas y color. A destacar, en primerísimo lugar, el trabajo de Ion de Sosa: True Love. La hazaña no era sencilla: el director nos cuenta su relación con su novia mientras ambos vivían en Berlín, así como su posterior ruptura. La película es un ejercicio de desnudo emocional -y físico- que logra no caer en el exhibicionismo sentimental. Bebe de un nuevo paradigma: el de la imagen íntima convertida en pública. Es una película hija de Facebook y de Fotolog, pero convenientemente construida sobre un armatoste de sinceridad que le impide caer ni en la autocomplacencia ni en la autocompasión, aunque estoy segura que la propia película lo ha deseado más de una vez. True Love traspasa las barreras de la intimidad que conocemos en el cine, con besos en primerísimo primer plano e imágenes supuestamente cazadas de las relaciones sexuales de la pareja protagonista. Algo me hizo pensar, a la salida del cine, en los cineastas del Hollywood clásico y en qué hubieran dicho si alguien les hubiera contado que al comenzar el siglo XXI los protagonistas de las películas eran los propios cineastas y sus vidas. Quizás, en realidad, no les hubiera parecido tan extraño.

Hoy la imagen doméstica es parte constante de nuestras vidas, y su potencial poético, una realidad aceptada. De Sosa mezcla el vídeo con 16mm, graba y filma los espacios en los que vive y trabaja con repetición obsesiva y los monta –asistido por Velasco Broca- bajo una inspiración de índole impura, tratando las imágenes como retales que corta a jirones y pega con cola que supura entre junturas. Con todo, True Love traslada con vividez y cercanía el vacío subsecuente a una ruptura amorosa, de una forma libre y personal que consigue ir un paso más allá en este cine en primera persona del que ya habíamos visto ejemplos significativos, aunque muy distintos, en el trabajo de León Siminiani Límites: Primera persona.

Otra de las grandes propuestas del certamen, ganadora del premio del público, fue Color perro que huye, de Andrés Duque. Hace dos años vi en Punto de Vista Constelación Bartleby, un trabajo enigmático y fascinante. Duque sigue explorando lo extraño, pero ahora a través de lo cotidiano, de imágenes que ha ido acumulando a través de los años o que, directamente, ha obtenido de Youtube. Con ellas realiza un viaje, una deriva entre formatos, géneros y lugares de la memoria, para urdir una película en la que parece buscarse a sí mismo a través -o en- sus imágenes. El montaje y el sonido redimensionan los materiales, los redefinen a cada segundo ofreciendo una experiencia fluida y extraña, un híbrido entre el videoarte, el videodiario, internet y el cine amateur. Una verdadera joya contemporánea, llena de detalles curiosos, resonancias entre imagen y texto, cargada de un buen humor gamberro y de un personal gusto por lo kitsch. Color perro que huye tiene estilo y brío.

Quedan por comentar, en un nuevo post, otras propuestas del certamen como 48, Gravitiy was everywhere back then o The Arbor.