Dark Light Voyage

Dark Light Voyage de Tin Dirdamal y Eva Cadena

Un viaje en tren del Sur al Norte de Vietnam. Un cineasta que decide subirse a bordo, confuso y desasosegado tras la visita a un amigo recluido en un psiquiátrico por cometer un asesinato. Una niña de ocho años, la hija del cineasta, y una cámara, que también embarcan. El propósito de hacer una película con un viaje de otra índole por acometer, el viaje interior hacia la oscuridad propia y ajena.

Dark Light Voyage, de Tin Dirdamal, es un tránsito hipnótico que nos sumerge en un cruce muy personal entre documental en primera persona e historia de crímenes, como si reformulara desde la realidad los códigos de un Orient Express para trabajar con las cenizas del género y volver a prender el fuego íntimo del misterio. No desde el juego de un rompecabezas por resolver (aunque la narrativa de qué sucedió en ese asesinato se hace de forma muy inteligente), sino desde una duda profunda sobre cuánto hay en nosotros de eso que denostamos en el otro, cuánto mal, terror o violencia se oculta bajo cada uno de nosotros, reflejados en el rostro de esos pasajeros vietnamitas anónimos, que circulan abstraídos en el tren, con su intimidad momentáneamente expuesta, como cuenta el director que su amigo describió a los viajantes. Cuánto de todo eso se oculta también bajo nuestra mirada impune de espectadores.

Precisamente el ejercicio de filmar en un tren, sacar la cámara, lidiar con la violencia de la proximidad entre cuerpos e intimidades, de retratar a desconocidos, genera un juego de espejos entre el cineasta y su amigo preso, que culmina con un acto externo a la película, aunque se cuenta en un manifiesto previo que se incluye en los créditos de inicio: antes de hacer la película, Tin Dirdamal decide que la película tendrá dos años de vida desde el día de su estreno (en Marzo de 2021) y después de esos dos años, el cineasta matará su película, la hará desaparecer, acabará con su vida, cerrará el ciclo convirtiéndose en el asesino de su creación.

Ganadora ex-aequo del festival L’Alternativa de Barcelona, junto a Esquirlas (Natalia Garayalde), y disponible en Filmin a partir del 3 de Diciembre, Dark Light Voyage forma parte de ese cine contemporáneo que explora desde el documental territorios de la violencia tradicionalmente legados a la ficción y fuertemente codificados en ella. En Lost Boys (reseñada en este periódico), Joonas Neuvonen viajaba a los bajos fondos de un Bangkok empapado en heroína tras los pasos de su amigo yonki asesinado en extrañas circunstancias, construyendo una elegía devastadora. This film is about me (Alexis Delgado), se atrevía a exponer una mirada llena de aristas sobre Renata Felicitas Soskey, mujer de altísima sensibilidad artística y asesina de su vecino, problematizando la relación entre el que mira y el que es mirado.

En Dark Light Voyage se da una estrategia narrativa para aproximarse al conflicto poco habitual pero muy efectiva y es que la película está narrada por la hija de Tin Dirdamal, que además aparece como codirectora en los créditos. La voz de la niña, que ella interpreta con tremenda decisión y énfasis, supone un contrapunto a la historia del crimen del amigo y a las reflexiones del propio padre que puestas en su boca adquieren connotaciones muy distintas. Se establece una distancia de la narradora respecto a lo narrado que se agradece para alejarse del tremendismo aunque, al mismo tiempo, se produce una cercanía con el público tanto por el hecho de que sea una niña quien nos habla como porque ella está en la misma circunstancia que nosotros como espectadores: no tiene toda la información y quiere saber más. Su voz en off parece flotar por el tren, no ilustra lo que vemos, establece con la imagen una relación de superposición, de duda, de lenta infiltración, de ocasional sincronía, de relámpago. Esa es la grandeza del cine, tomar dos elementos que, en apariencia, no tienen relación (la narración de la historia de la amistad entre dos hombres, uno de los cuales ha cometido un crimen, y las imágenes de un viaje en tren por Vietnam), y lograr que la experiencia de unir ambos elementos haga emerger algo nuevo, un verdadero viaje cinematográfico en donde exterior e interior, luz y sombra, el yo y la máscara, tan bien delimitados antes de partir, terminan por confundirse, por formar parte de una misma pregunta, por necesitarse mutuamente para definirse y para resultar transformadores, como la propia película.

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